Llámalo libre albedrío, destino o karma. A Matías no le
salían bien las cosas desde hacía mucho tiempo. Era un muchacho delgado de 25
años, de cabello negro y ojos grises. Había abandonado los estudios hacía un
largo tiempo y desde entonces había saltado de trabajo en trabajo sin éxito.
Ahora se desempeñaba como mensajero en una empresa. Su labor consistía en
arrastrar un carrito conteniendo sobres y paquetes que dejaba sobre los
escritorios de los empleados o de las secretarias de los ejecutivos. Trabajo
tedioso si los hay, pero que Matías cumplía con placer. La monotonía de la
tarea lo relajaba y le permitía ver a Lucía, una administrativa del tercer piso
que lo tenía fascinado.