Esa noche se encontró con un correo electrónico del conocido
que la había saludado un par de días antes a las dos y media de la mañana.
Nunca había tenido sexo con él, todo había sido sin IVA, apenas un par de besos
borrachos en un bar, veinte años atrás. Sin embargo, él le estaba escribiendo
como si hubieran tenido los revolcones más pasionales de la historia. El tono
le resultó desagradable, a nivel racional. Ella supuso que el tipo estaría
borracho, solo y en un camino de decadencia sin retorno. Pero Adriana creyó que
activaba algo.
Al día siguiente, decidió ir a trabajar en ómnibus y, en
lugar de llevar un libro que hablara sobre las crueldades del ser humano,
eligió una novela erótica . Se preguntó si no habría crueldad también en
ciertas formas del erotismo.